Homilies
¡Cruzar la Frontera! 2020-8-16 20° Domingo Año A P. Roberto
Homilía para el 20 Domingo de Tiempo Ordinario – Ano A
P. Roberto Corral, OP
Iglesia Sto. Domingo, Los Angeles, CA
16 de Agosto de 2020
Título: ¡Cruzar la Frontera!
Tema: Dios quiere que crucemos las fronteras del amor para amar como él.
Lecturas: Isaías 56,1, 6-7; Romanos 11,13-15, 29-32; Mateo 15,21-28
Supongamos que yo tengo acá arriba conmigo muchos niños pequeñitos de diferentes culturas gateando y jugando unos con otros: niños latinos, americanos, africanos, chinos, rusos, etc. ¿Creen ustedes que estas criaturas se separarían en sus grupos étnicos o culturales? Oh, si fueran niños de diferentes religiones, ¿creen ustedes que los niños católicos sólo jugarían con los otros niños católicos, los judíos sólo con judíos, o que los niños musulmanes se apartarían en un grupo aislado de los demás? No creo. Porque a esa edad, los niños no conocen las diferencias, no tienen prejuicios, y no existe el racismo entre ellos. Lamentablemente, ellos aprenden esos prejuicios y ese racismo de nosotros, los adultos y de nuestra sociedad.
Aquí hay una gran lección para nosotros: Dios nos crea en un principio con un corazón grande y abierto como el suyo. Tú y yo fuimos creados por amor, y fuimos creados para amar como Dios ama – amar sin límites; se puede decir amar sin fronteras. Pero la gran mayoría de nosotros, con el tiempo, aprendemos como encoger y cerrar nuestro corazón. O sea, aprendemos como dibujar círculos de amor para incluir algunas personas y para excluir otras. Esos círculos son los límites, las fronteras de nuestro amor, y raramente las crucemos.
En otras palabras, queremos amar sólo a ciertas personas: a las personas que nos tratan bien, a las personas que son como nosotros, que son parte de nuestra familia, o de nuestro círculo de amigos, de nuestro grupo étnico, de nuestro partido político, de nuestro país, de nuestra religión, etc. Y luego queremos excluir a las personas que no nos caen bien, las que nos han herido o las que son diferentes que nosotros, etc.
Últimamente hemos visto y oído de los problemas de racismo en los EE. UU., sobre todo con el movimiento de “Black Lives Matter, ¿verdad? A lo mejor algunos de ustedes han experimentado alguna forma de racismo aquí en este país. Pero tenemos que reconocer que esto no sólo pasa en EE.UU.; es una plaga que existe en todas partes del mundo: en cada país, en cada ciudad, en cada iglesia, en cada grupo humano. Todos los seres humanos tenemos esta tendencia de dibujar círculos de exclusión, de construir límites o fronteras para nuestro amor que no cruzamos.
Vemos esto en el interesante evangelio de hoy donde Jesús parece ser grosero con la mujer cananea cuando ésta le pide que sane a su hija. Jesús le responde: "No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos." Ahora bien, Jesús no la está insultando;
simplemente le está diciendo – de una manera fuerte y directa – que él cree que su misión no es a los gentiles sino sólo a los judíos. De hecho, unas pocas líneas antes de este Evangelio, Jesús dice exactamente eso: "Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel." El mismo Jesús había dibujado un círculo, había puesto una frontera – en cuanto su misión – entre los judíos y los paganos.
Así que, en este precioso Evangelio tenemos una vislumbre de la humanidad limitada de Jesús: él tenía una visión limitada de sí mismo y de su misión. Pero Dios Padre utiliza esta mujer pagana para ayudar a Jesús a cruzar la frontera del amor para ampliar su visión y entendimiento. Entonces, en el curso de la conversación, Jesús cambia totalmente de opinión,
le concede su deseo a la mujer cananea y, sobre todo, se da cuenta de que su misión no es sólo para los judíos sino para todos los pueblos.
Entonces nos quedan algunas preguntas: ¿dónde necesita Dios engrandecer nuestros corazones? ¿Dónde tenemos que cruzar las fronteras, los límites de nuestro amor? ¿A quiénes estamos excluyendo de nuestro amor y del amor de Dios? Si amamos sólo a ciertas personas y no a otras, no es lo suficiente. Si nuestro amor es tan limitado, no somos mucho mejor que los supremacistas blancos y otros racistas porque ellos también aman a ciertas personas – las que son como ellos.
Nuestro amor tiene que ser más grande que eso. Nuestra meta y nuestra tarea es romper nuestros límites, cruzar esa frontera y amar como Dios ama: amar a cada ser humano incluso a los supremacistas, a personas de otras culturas, países y religiones, al Presidente Trump, al jefe exigente en el trabajo, al ex-esposo, al vecino latoso, etc. – amar a todos y a cada uno de ellos para que seamos más como Dios.
¿Queremos que nuestros corazones se queden pequeños y cerrados, sólo amando a ciertas personas, o podemos cruzar las fronteras del amor, derrumbar los muros de separación y dejar que Dios engrandezca nuestros corazones para que amemos como él? Hermanos y hermanas: ¡Crucemos la frontera del amor!
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