St. Dominic Catholic Church

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Homilies


¿Quién Soy Yo? 2021-1-10 Bautismo del Señor, P. Roberto

 

 

Homilía del Bautismo del Señor - Año B
P. Roberto Corral, OP
Parroquia Sto. Domingo, Los Ángeles, CA
10 de enero de 2021

Título: ¿Quién Soy Yo?
Tema: Mi identidad más profunda, verdadera e importante es la de ser hijo de Dios.
Lecturas: Isaías 55, 1-11; 1Juan 5, 1-9; Marcos 1, 7-11

Una de las preguntas más importantes que los seres humanos tenemos que hacer y contestar en nuestras vidas es, "¿Quién soy yo?" Esta es la pregunta de nuestra identidad. Y a lo largo de nuestras vidas, encontramos varias respuestas a esa pregunta que tienen diferentes niveles de significado. Por ejemplo, ¿quiénes de ustedes aquí son salvadoreños? ¿Quiénes son nicaragüenses? ¿Quiénes son ecuatorianos? ¿Quiénes son mexicanos? Nuestra tierra natal forma parte de nuestra identidad, ¿verdad? Para muchos de nosotros, nos identificamos con el  país donde nacimos. Decimos con orgullo, “Yo soy salvadoreño, nicaragüense, boliviano, peruano”, etc.

De igual manera, todos podemos identificarnos como miembros de cierta raza, grupo étnico o cultura, que somos el cónyuge o la pareja de cierta persona o el hijo de nuestros padres o un miembro de nuestra familia. Podríamos tratar de identificarnos por nuestro trabajo o carrera, por nuestras creencias políticas o afiliación, por nuestro tipo de cuerpo, por nuestro género u orientación sexual, por nuestra religión, etc. 

Todas esas son formas buenas y legítimas de identificarnos a nosotros mismos, y cada una de ellas tiene cierta importancia en nuestras vidas. Sin embargo, la fiesta que celebramos hoy del Bautismo de Jesús, y nuestro Evangelio, nos enseñan y nos recuerdan cuál es nuestra identidad más profunda, verdadera e importante, más que todas las otras identidades que hemos mencionado hasta ahora. 

En esta fiesta del Bautismo del Señor, acabamos de escuchar en el Evangelio que en el momento que Jesús fue bautizado por Juan el Bautista en el río Jordán, Dios Padre proclamó desde el cielo: “Tú eres mi Hijo amado…” Con esta sencilla declaración, Dios Padre le dice a Jesús quién es él: es su Hijo amado. Esta es la identidad primordial de Jesús, y esta identidad hace toda la diferencia para Jesús ya que va a comenzar su ministerio público. La comprensión y aceptación de su relación con el Padre, de ser el Hijo amado del Padre, se convierte en el fundamento de la vida de Jesús y lo impulsará a lo largo de su vida. Desde este momento, Jesús sabe que no importa lo que le suceda, sean cuales sean las dificultades que pueda enfrentar, 
él siempre será el Hijo amado del Padre.

Ahora bien, una de las cosas más maravillosas que creemos como católicos cristianos es que Dios Padre nos dice lo mismo a cada uno de nosotros cuando nos bautizamos. Nos dice en ese momento a cada uno de nosotros: “Tú eres mi hijo amado... tú eres mi hija amada para siempre.” Y nada ni nadie puede cambiar eso. No importa lo que nos suceda en nuestras vidas, no importa las dificultades que enfrentemos, no importa el pecado que cometamos, no importa lo lejos que nos alejemos de Dios – incluso si lo negamos totalmente – nunca dejaremos de ser su amado hijo o hija. Nadie puede quitarnos esta identidad; ni siquiera podemos quitárnosla nosotros mismos. 

Esta identidad nuestra es más profunda y más importante que cualquier otra identidad que podamos tener: más profunda e importante que ser ecuatoriano, salvadoreño, cubano, mexicano o pocho, que ser católico o protestante o musulmán o ateo, que ser conservador o liberal, que ser varón o hembra, que ser gay o heterosexual o transgénico, ¡o lo que sea! ¡Tú eres la hija amada o el hijo amado de Dios para siempre, punto!

Todo lo anterior nos lleva a enfrentar dos desafíos a lo largo de nuestra vida. El primer desafío es simplemente darnos cuenta y aceptar esta identidad de ser hijos amados de Dios. Suena fácil, pero a veces es difícil. Por ejemplo, cuando nos sentimos rechazo de parte de nuestros padres o familiares o amigos o de quien sea, nos cuesta recordarnos que somos el hijo amado o la hija amada de Dios. También cuando fracasamos o fallamos o cuando pasa algo difícil o cuando experimentamos una perdida significante en nuestra vida muchas veces nos preguntamos, “¿y ahora quién soy yo”? 

El mismo Jesús gritó de la cruz: “Mi Dios, mi Dios, ¿por qué me has abandonado”? Si Jesús se sintió así en ese momento, también nosotros a veces en la vida vamos a sentirnos abandonados por nuestro Padre y vamos a olvidarnos por un tiempo nuestra identidad como su hijo amado. 
Pero la realidad es que Dios nunca nos abandonará, nunca dejará de amarnos. En esos momentos difíciles tenemos que luchar por acordarnos que somos su hijo amado, su hija amada.

El segundo reto que nos toca enfrentar en nuestra vida es vivir la realidad y las consecuencias de nuestra identidad, o sea, vivir cada día como un hijo o una hija de Dios. Esa identidad implica nuestra dignidad, pero también implica nuestro deber y responsabilidad de vivir con amor, compasión, nobleza, honestidad, generosidad, pureza, tranquilidad, etc. El problema es que van a ver momentos en los que sentiremos la tentación de pensar o actuar con bajeza y traicionar nuestra identidad verdadera por someternos a la ira/odio/rencor, a la falsedad, a la mezquindad, a la lujuria, a la gula, a la ansiedad, etc. En esos momentos de tentación, otra vez, tenemos que luchar por acordarnos que somos el hijo amado, la hija amada de nuestro Padre.

En fin, hermanos y hermanas, Dios nos da el gran privilegio y la gran responsabilidad de ser sus hijos amados. Continuamente tenemos que acordarnos de esa identidad más profunda, verdadera e importante que es nuestra, no solo cuando estamos aquí en Misa, sino, sobre todo, cuando estamos en casa, en la escuela, en el trabajo, en la calle, cuando nos sentimos bien y cuando nos sentimos mal. ¡Somos y siempre seremos los hijos amados de Dios! ¿Quiénes somos? ¡Hijos amados de Dios! ¿Amén? ¡Amén! ¡Que conste!