St. Dominic Catholic Church

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Homilies


El Poder de Nuestras Palabras 2021-1-31 P. Roberto

 

 

Homilía 4º domingo – Año B
P. Roberto Corral, OP
Iglesia de Sto. Domingo, Los Angeles, CA
31 de enero de 2021

Título: El Poder de Nuestras Palabras
Tema: Nuestras palabras, como las de Jesús, pueden tener el poder y la autoridad de Dios cuando las expresamos por el bien de los demás y cuando las respaldamos con nuestras acciones.
Lecturas: Deuteronomio 18, 15-20; 1Corintios 7, 32-35; Marcos 1, 21-28

Una niña llamada Mariana nació en la ciudad de Nueva York en 1928. Desafortunadamente, ella nació sorda de un oído y con un paladar hendido y un labio leporino que desfiguró su rostro y distorsionó su habla. Hoy en día, estos defectos generalmente se pueden corregir con relativa facilidad a través de la cirugía, pero cuando Mariana nació hace casi cien años, no fue tan fácil. 
A lo largo de su niñez, Mariana sufría por sus defectos físicos, pero sufrió todavía más por el daño emocional causado por otros niños que la molestaban sin piedad acerca de su apariencia y su habla. Se sentía fea, no querida, ni digna de ser amada.

Cuando empezó a asistir a la escuela, una de las experiencias que Mariana más temía era la prueba auditiva anual en la que la maestra llamaba a cada niño a su escritorio frente a todos los demás niños. El niño cubría primero un oído, y luego el otro mientras la maestra le susurraba una frase sencilla al niño como, "El cielo es azul," o "Hoy aprenderemos algo nuevo". Si la frase susurrada de la maestra fue escuchada y repetida correctamente por el niño, el niño pasaba la prueba. Bueno, como era sorda de un oído, Mariana no quería ser humillada frente a los otros niños por fallar en la prueba. Por lo tanto, ella siempre engañaba en la prueba: en lugar de tapar su buen oído bien, fingía hacerlo para poder escuchar lo que decía la maestra.

En tercer grado, Mariana estaba en el salón de la Señorita López, una de las maestras más queridas y populares de la escuela. Cuando llegó el día de la temida prueba de audición y le tocó a Mariana el examen, la Señorita López llamó a Mariana para que se acercara a su escritorio. Cuando Mariana fingió tapar su buen oído con la mano, la Señorita López se inclinó hacia delante y le susurró una frase. Mariana no podía creer las palabras que la Señorita López le susurró al oído ese día; fueron seis palabras que cambiaron la vida de Mariana para siempre. 
La Señorita López le susurró: "Quisiera que tú fueras mi niña". "Quisiera que tú fueras mi niña" – seis pequeñas y sencillas palabras. 

Por un lado, nada realmente cambió para Mariana ese día. Permaneció desfigurada, sorda de un oído y el objeto de la burla dolorosa de sus compañeros en la escuela. Por otro lado, todo cambió para ella ese día. Mariana empezó a ver que los insultos de sus compañeros no eran las únicas palabras que la describían, ni eran las palabras más importantes. Sobre todo, ella empezó a creer en sí misma como amada y amable, y comenzó a atreverse a imaginar un futuro no limitado por sus defectos, sino un futuro que podría trascenderlos.

Esas palabras que la Señorita López le habló a Mariana aquel día fueron, en cierto sentido, tan poderosas como las palabras que Jesús habló en el Evangelio de hoy al demonio que había atormentado al pobre hombre en la sinagoga. Y así como las palabras de Jesús expulsaron al demonio de ese hombre, las palabras de la Señorita López arrojaron de Mariana los demonios del miedo, la duda y la baja autoestima que le habían afligido por tanto tiempo. 

Lo que quiero decirles hoy es que todos nosotros aquí tenemos el potencial para decir palabras poderosas en nuestras vidas. La pregunta es, ¿hablamos palabras poderosas que edifican a otros, o palabras poderosas que lastiman a otros y los derriban? Las palabras que hablamos ¿tienen el poder y la autoridad de Dios como las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy?

¿Qué fue lo que dio a las palabras de Jesús ese poder y autoridad? Yo diría que fueron varias cosas, pero voy a concentrarme en dos. Antes que nada, las palabras de Jesús tenían el poder y la autoridad de Dios porque siempre fueron hechas para el bien de los demás, nunca para dañarlos. Incluso sus airadas palabras dirigidas a los escribas y fariseos en varios lugares en los evangelios, nunca tuvieron la intención de herirlos o menospreciarlos; más bien, eran palabras de un corazón roto que intentaban desesperadamente abrirles los ojos para ver la presencia de Dios en él y en todas las personas. Segundo, las palabras de Jesús tenían poder y autoridad porque él respaldaba sus palabras por la forma en que vivió su vida. Jesús no solo habló del amor de Dios por las personas, sino que actuaba con amor en favor de los necesitados, especialmente los pecadores y los que sufrían. 

De la misma forma, Jesús nos ha dado la capacidad de hablar con el poder y la autoridad de Dios en nuestras vidas. Pero solo podemos hacer eso cuando nuestras palabras también se pronuncian por el bien de los demás y no para dañarlos y solo cuando esas palabras están respaldadas por nuestras acciones de fe, integridad y servicio amoroso. Es especialmente importante para aquellos de nosotros en puestos de autoridad entender el impacto que nuestras palabras pueden tener en los demás. Nosotros, que somos padres de familia, abuelos, maestros, entrenadores, clérigos, empleadores y líderes, debemos expresar palabras que dan ánimo, sanación e inspiración a los demás, especialmente a los niños. 

Estoy seguro que todos nosotros podemos acordar palabras amables, alentadoras e inspiradoras que fueron dirigidas a nosotros cuando éramos niños que nos ayudaron y hasta hoy nos hacen sentir bien. Igualmente, estoy seguro que también podemos acordar palabras chocantes, hirientes y dañinas que nos lastimaron entonces y quizá hasta la fecha.

Una vez más, mis hermanos y hermanas, nuestras palabras pueden tener un gran impacto en los demás para bien o para mal, ya sea que esas palabras se digan, se envíen por mensaje de texto, por correo electrónico o en Twitter. En el boletín de hoy y al final de los paquetes para nuestra Misa, tengo un mensaje con dos ejemplos de cómo el Internet se puede usar para publicar falsedades y calumnia a personas y grupos. 
Así que, ¡POR FAVOR, TENGAN CUIDADO CON LO QUE CREEN EN EL INTERNET Y CON LO QUE PUBLICAN EN LAS REDES SOCIALES!

Tú y yo podemos ser como Jesús y hablar palabras con poder y autoridad para dar ánimo, sanación e inspiración a otros. Tú y yo podemos ser como la Señorita López, la maestra que pronunció esas seis palabras que cambiaron la vida de Mariana. Por lo tanto, hoy les desafío a cada uno de ustedes a que digan poderosas palabras de amor, compasión, aliento, perdón, agradecimiento, sanación e inspiración a aquellos que aman, e incluso a aquellos que no aman.

Hay una cita que suelen decir los maestros y profesores que dice así: "Yo toco el futuro – soy maestro". Si bien esto es cierto para los maestros y profesores, se puede decir de todos nosotros. Todos tenemos el poder de tocar el futuro con las palabras que hablamos hoy.