St. Dominic Catholic Church

2002 Merton Ave | Los Angeles, CA 90041 | (323) 254-2519

Homilies


Alimentados para Alimentar 2021-8-8 P. Roberto

Homilía para la Solemnidad de Sto. Domingo
Lecturas para el 19° Domingo del Tiempo Ordinario – Año B
Iglesia Sto. Domingo, Los Angeles, CA
8 de agosto de 2021

Título: Alimentados para Alimentar
Tema: Sto. Domingo nos enseña que Jesús nos alimenta para que también nosotros alimentemos a los demás.
Lecturas: 1 Reyes 19, 4-8; Efesios 4, 30 – 5, 2; Juan 6, 41-51

Una joven católica, llamada Teresita, era un ministro de Eucaristía en su parroquia. Y, aparte de dar la comunión en las Misas de la parroquia, también llevaba la comunión a los enfermos. Hace unos años, su querida abuelita estaba muy enferma y muriéndose, aunque todavía estaba consciente. Entonces, Teresita preguntó a su abuelita si quería que ella le trajera la Eucaristía, y ésta le respondió que claro que sí. Así que, Teresita le llevaba la comunión cada día por unas semanas. Su abuelita, que era muy devota, siempre rezaba y cantaba algo antes de recibir la hostia. 

Luego, un día, cuando llegó Teresita a la casa de su abuelita, ésta estaba ya muy débil; ya no podía ni cantar ni rezar. Pero, Teresita se sorprendió cuando, antes de recibir la Eucaristía, la su abuelita le preguntó con una voz débil: “¿Teresita, puedo abrazar a mi Jesús?” Teresita le respondió que sí. Con eso, su abuelita tomó el portaviático con la hostia y lo sostuvo junto a su pecho por un tiempo con sus ojos cerrados, con una sonrisa y un semblante de paz profunda. Luego, después recibió la comunión como siempre. El día después, su abuelita murió. 

Más tarde, al reflexionar sobre su experiencia de esas semanas con su abuelita, Teresita se dio cuenta que, mientras ella estaba apoyando y alimentando a su abuelita en sus últimos días, también su abuelita estaba alimentando a ella a través de su profunda fe, sobre todo, en ese último día cuando “abrazó a Jesús”. La realidad es que estas dos mujeres estaban compartiendo, la una con la otra, la fe y la gracia que habían recibido de Jesús; y así, se ayudaron mutuamente a encontrar a Jesús de nuevo en esas semanas que habían compartido juntas. 

En el Evangelio de hoy, otra vez Jesús les dice a los judíos – y a nosotros hoy – que él es el pan de la vida. Y este pan que él ofrece alimenta, fortalece, sana, y lleva a la vida eterna porque el pan que él da es sí mismo. Así que, cada vez que nosotros comemos el Cuerpo de Cristo, es un verdadero encuentro con el Señor. Pero Jesús no viene a nuestro encuentro, y no nos da su Cuerpo solamente para nosotros mismos, sino nos lo da para que también nosotros alimentemos y ayudemos a otros a encontrar al mismo Señor. De hecho, así es con cada bendición, cada gracia y cada don que Dios nos otorga: no están destinados solo para nosotros mismos, sino para ser compartidos con los demás para que ellos también puedan encontrar a Jesús, para que también puedan ser alimentados, fortalecidos, sanados y llevados a la vida eterna.

Ahora bien, hoy celebramos la fiesta de Santo Domingo en el 800° aniversario de su muerte. 
Es el fundador de la Orden Dominicana, el santo patrón de nuestra parroquia y un gran hombre santo. Él nos enseña que esta dinámica de compartir con los demás lo que hemos recibido de Dios tiene que ser la misma dinámica de nuestras vidas también. Sto. Domingo, desde que era joven, siempre tenía un impulso hacia ayudar a los demás. Por ejemplo, mientras era un estudiante joven en Palencia, España, se sintió movido por la compasión hacia aquellos que estaban sufriendo y muriendo durante una severa hambruna en aquella región. Entonces, vendió sus preciosos libros y sus pocos muebles y pertenencias, y usó el dinero para alimentar a los pobres, e inspiró a otros a que hicieran lo mismo. 

En dos otras ocasiones, Domingo se ofreció a venderse como esclavo para liberar a otras personas cautivas. De hecho, la pasión de Santo Domingo a lo largo de su vida era predicar, enseñar y ayudar a los demás a tener un encuentro con Jesús y con la verdad de la fe católica. Domingo nunca rezaba solo por sí mismo, sino por otros. Frecuentemente, pasaba las noches enteras llorando y pidiéndole a Dios por la salvación de todos. Él nunca se aferró a las bendiciones, gracias y dones que Dios le otorgaba, sino que siempre los compartía con los demás. Por eso Domingo fundó la Orden Dominicana, no para que nosotros los dominicos y las dominicas nos quedáramos satisfechos con estudiar y rezar y recibir tantas bendiciones solo para nosotros, sino que saliéramos, predicáramos y compartiéramos todo esto con los demás.

Lamentablemente, hoy en día, hay demasiados católicos que viven su fe solo para sí mismos. Vienen a Misa o simplemente rezan con una actitud de “¿Qué hay aquí para mí? ¿Qué me vas a dar a mí?” O sea, vienen a Misa o rezan solo para recibir, no para dar, no para compartir con otros. Hermanos y hermanas, ésa no puede ser nuestra actitud. Dios no quiere que simplemente seamos “cucarachas de la iglesia” y venir aquí solo para que nos sintamos bien, contentos con nosotros mismos, acumulando puntos con Dios, sino que Dios quiere que salgamos de aquí a predicar con nuestras vidas y nuestras palabras, a compartir lo que hemos recibido aquí con los demás en nuestros hogares, nuestros trabajos, nuestras escuelas y en donde sea. Vivir y compartir nuestra fe allá afuera de la iglesia es más importante de lo que hacemos aquí adentro de la iglesia porque allá afuera es donde se necesita más, ¿verdad? Se necesita nuestras bendiciones, nuestra gracia, nuestros dones y nuestro amor en este mundo tan desorientado, tan quebrantado y tan necesitado.

Hermanos y hermanas, como Teresita descubrió en esas últimas semanas con su abuelita, y como Sto. Domingo nos enseñó con su vida, Jesús quiere alimentarnos, fortalecernos, sanarnos, y llevarnos a la vida eterna para que también nosotros alimentemos, fortalezcamos, sanemos y llevemos a la vida eterna a los demás.