St. Dominic Catholic Church

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Homilies


Suéltate y Pon Todo en Manos de Dios 2021-9-26 P. Roberto

 

 

26° Domingo del Tiempo Ordinario - Año B
P. Roberto Corral, OP
Iglesia de Santo Domingo, Los Ángeles, CA
26 de septiembre de 2021

Título: Suéltate y Pon Todo en Manos de Dios
Tema: La vida espiritual se trata de soltar el control de nuestras vidas y dejar que Dios obre.
Lecturas: Números 11, 25-29; Santiago 5, 1-6; Marcos 9, 38-43, 45, 47-48 

Érase una vez un hombre fue a caminar por las montañas. Después de unas horas, había escalado mil metros. En un momento se detuvo en una repisa para obtener una vista del valle abajo – ¡era espectacular! Pero también se dio cuenta de algo extraño: a pocos metros por debajo de donde el estaba de pie, ¡vio a un árbol que salía del lado del acantilado! Se asomó a la orilla para ver mejor al árbol, y de repente una ráfaga de viento lo hizo perder su equilibrio. Antes de darse cuenta, ¡se cayó por la barranca! Desesperadamente, sacó la mano mientras se estaba cayendo y, milagrosamente, agarró una rama del mismo árbol. Y así se quedó colgándose mil metros por encima del fondo del valle, aferrándose a la rama para salvar su vida. Luego, luego comenzó a gritar: "¡Auxilio! ¿Alguien me puede oír? Por favor, ¡ayúdenme!" No hubo respuesta. Así que, gritó más fuerte: "Dios mío, por favor ¡ayúdame! ¡Sálvame, Señor!" Aún silencio. Entonces empezó a desesperarse y gritó aún más fuerte: "Por favor, Señor, ayúdame, me voy a caer, Dios mío, ¡sálvame por favor!" De repente, se oyó una voz del cielo que le decía: "Hijo mío, no tengas miedo, yo estoy aquí. El hombre respondió: "¡Bendito sea Dios! ¡Gracias Señor! Por favor, Señor, ¡ayúdame, no quiero morir!" Entonces, Dios le dijo: "Hijo mío, yo te salvaré, pero tienes que hacer lo que yo te diga." Él respondió: "Sí, Señor, voy a hacer todo lo que tú digas; ¡te prometo que voy a ir a Misa cada semana y voy a rezar el rosario todos los días! Pero por favor, Dios mío, ¡sálvame!" Entonces Dios le dijo: "No temas, hijo, yo me haré cargo de ti; confía en mí. Ahora...suéltate de la rama." El hombre respondió: "Oh, gracias, Dios mío; sí, Señor, voy a hacer todo lo que..." Luego, se quedó callado, mirando hacia abajo al piso del valle tan lejos, y pensó por un momento. Y luego gritó: "¿Hay alguien más allá arriba que me pueda ayudar?"

Este es un cuento lindo, pero también revelador porque a veces tú y yo podemos ser como ese excursionista. O sea, nosotros también, a veces, queremos aferrarnos a algo o a alguien que erróneamente pensamos que nos va a “salvar” dándonos la solución a nuestros problemas, 
la seguridad que buscamos, o la felicidad o satisfacción que deseamos en nuestras vidas. 
Y, sea lo que sea, a lo que estamos aferrándonos, como el hombre en el cuento. Dios continuamente nos dice que debemos soltarnos de ello y confiar en él más que en cualquier cosa a la que nos aferremos. 

Ahora, no son solo las cosas malas que Dios nos dice que tenemos que soltar, como las drogas, el alcohol, la pornografía, las relaciones malsanas u otros comportamientos pecaminosos. A veces, Dios también pide que nos soltemos de las cosas buenas porque estamos aferrándonos a ellas con demasiada fuerza y las hacemos demasiado importantes en nuestras vidas; cosas como nuestra apariencia, nuestra salud, nuestra carrera o trabajo, nuestro dinero o posesiones, nuestro partido político, nuestro país, nuestros seres queridos, o incluso nuestra Iglesia. Siempre que nos aferremos a cualquier persona, institución, ideal o cosa, más de lo que nos aferramos a Dios, terminaremos en problemas.

Para mí, esto es exactamente lo que Jesús quiere decir cuando dice al final del Evangelio de hoy: “Si tu mano o tu pie te es ocasión de pecado, córtatela; si tu ojo te es ocasión de pecar, sácatelo”.  Obviamente, nuestras manos, pies y ojos son cosas buenas e importantes que debemos tener, y Jesús no está diciendo que literalmente tengamos que mutilarnos. Pero, Él está usando deliberadamente este lenguaje gráfico y exagerado para señalar que tenemos que estar dispuestos a soltarnos de todo – incluso cosas buenas –  lo que nos alejen de lo que él llama el "reino de Dios", es decir, de hacer lo que Dios quiere y de ser quienes Dios quiere que seamos. Jesús nos está diciendo hoy que, a veces, ser su discípulo puede implicar un tremendo sacrificio al soltarnos de las cosas que creemos que son tan esenciales para nosotros y nuestro bienestar. 

Las lecturas de hoy también nos llaman la atención sobre otra tendencia de la que debemos soltarnos para seguir al Señor: la tentación de controlar o limitar a Dios. Josué, en la primera lectura, y el apóstol Juan, en el Evangelio, tratan de impedir que Dios dé su Espíritu a personas que no son parte de su grupo. ¿Cuántas veces los seres humanos hacemos lo mismo diciéndole a Dios que él simplemente no puede amar o entregarse a otras personas de la misma manera que ama y se entrega a nosotros? Le decimos a Dios: "No, Señor, tú no puedes amar y bendecir a esos protestantes, a esos judíos, a esos musulmanes, a esos negros, a esos homosexuales, a esos demócratas, a esos inmigrantes, a esos terroristas," o a cualquiera que sea ese otro grupo que no nos gusta.

En actualidad, lo que estamos haciendo en esas ocasiones es quedarnos demasiado apegados a nuestra imagen de Dios. La cosa es que, con demasiada frecuencia, imaginamos que Dios piensa, actúa y se parece a nosotros. Por lo tanto, como Josué y Juan aprenden en nuestras lecturas de hoy, también nosotros tenemos que aprender que debemos desprendernos de nuestra imagen y comprensión limitadas de Dios; tenemos que dejar de intentar poner a Dios en nuestras pequeñas cajas y permitir que Dios sea Dios. 

Todo lo que estoy diciendo hoy se reduce a esto: muy a menudo, tú y yo queremos tener el control. Queremos ser quienes le digan a Dios lo que puede o no puede hacer. Éste no es otro que nuestro ego, nuestro falso yo, que, como mencioné la semana pasada, no quiere rendirse para nada, y trata de mantener el control a toda costa. Otra forma de imaginar esto es que nuestro ego siempre quiere pararse en “tierra firme” (poner dos dedos encima de mi palma) donde se sienta estable, seguro, cómodo y en control. Y Dios siempre está jalándonos a nosotros y a nuestros egos acá (sacar mis dedos de mi palma al aire libre), precisamente donde estamos inseguros, inestables, incómodos y definitivamente donde no tenemos el control. 
Es entonces cuando tú y yo estamos colgando de la rama del árbol, aferrándonos desesperadamente a esa única cosa que creemos que nos va a salvar. Y Dios nos dice: “Suéltala. Confía en mí, y suéltala.” 

Entonces, la pregunta para todos nosotros hoy es: ¿Hay algo a lo que nos aferremos en nuestras vidas más de lo que nos aferramos a Dios? ¿Estamos aferrándonos a alguna herida, ira, prejuicio, falta de perdón, pérdida de un ser querido, o incluso amargura u odio que Dios nos está llamando a que lo soltemos para poder sanarnos? ¡Suéltalo! ¿Existe algún miedo, ansiedad, estrés o depresión que nos esté preocupando o incluso paralizando? ¡Suéltalo! ¿Hay algo o alguien en nuestras vidas que pensemos que puede darnos más seguridad, más felicidad y satisfacción en nuestras vidas que Dios? Si es así, suéltalo y reordena tus prioridades y pon a Dios primero, porque solo Dios puede ser el fundamento de nuestras vidas.

Dondequiera que estemos en nuestro camino espiritual, siempre hay algo más de lo que tenemos que soltarnos, algo más que podemos entregar a Dios, y siempre hay alguna forma de profundizar nuestra relación con él. Entonces, mis hermanos y hermanas, Dios nos dice a cada uno de nosotros una y otra vez en nuestras vidas: “Suéltate de esa rama de árbol a la que estás aferrado. Déjame ser tu curación, tu fuerza, tu consuelo, tu seguridad, tu felicidad…déjame ser tu vida. Confía en mí, ríndete a mí. Suéltate, y ríndete para ganar ".