St. Dominic Catholic Church

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Homilies


¿Quién Soy Yo? 2022-1-9 Bautismo del Señor, P. Roberto

 

 

Homilía del Bautismo del Señor - Año B
P. Roberto Corral, OP
Parroquia Sto. Domingo, Los Ángeles, CA
9 de enero de 2022

Título: ¿Quién Soy Yo?
Tema: Nuestra identidad más profunda, verdadera e importante es la de ser hijo o hija de Dios.
Lecturas: Isaías 40, 1-5, 9-11; Tito 2, 11-14; 3, 4-7; Lucas 3, 15-16, 21-22

Recientemente leí la historia de un hombre, llamado Cristián, que está en la prisión estatal de Folsom cumpliendo una sentencia de prisión por varios años. Después de muchos años de rebeldía, de estar enojado y echando la culpa a los demás, él ha estado recapacitando su vida, y ha empezado a reconocer su propia culpa por las malas decisiones que le han llevado a estar en prisión, y se está dando cuenta de que tiene que asumir la responsabilidad de lo que ha hecho mal. Sin embargo, también dijo que creció sintiéndose abandonado y no amado por su familia, 
y que su padre era un alcohólico que continuamente lo reprendía diciéndole que era un estúpido, un fracaso y un inútil. 

Como el mismo Cristián admite, él es responsable de las cosas malas que ha hecho en su vida, pero yo diría que también que su familia le falló al no darle el amor, la atención y la base adecuada que necesitaba de ellos para que él llevara una buena vida. La familia es donde la mayoría de nosotros aprendemos sobre la vida, sobre lo bueno y lo malo y, quizás lo más importante, sobre quiénes somos, o sea, nuestra identidad. La cosa es que, nos demos cuenta o no, todo ser humano nace con el deseo y la necesidad de responder a la pregunta: "¿Quién soy yo?". La forma en que respondamos a esa pregunta, de muchas maneras, puede determinar cómo vivimos nuestras vidas. Y nuestra familia debe ser el primer lugar donde somos afirmados por quiénes somos, donde somos amados, donde se nos asegura que somos buenos y perdonados a pesar de nuestros errores. 

Desafortunadamente, el padre de Cristián no solo no lo amaba, sino que también le dio a Cristián un sentido negativo e incorrecto de quién era al decirle que era estúpido, un fracaso y un inútil. No es de extrañar que Cristián terminara en la prisión. Pero la buena noticia es que, gracias a la gracia de Dios y a los esfuerzos de algunos buenos voluntarios católicos que lo han visitado en la prisión, Cristián ha llegado a ver que, a pesar de sus muchos errores, sigue siendo el hijo amado de Dios, y que, aunque permanecerá en prisión unos años más, su vida todavía significa algo. Ahora puede ver que su padre estaba equivocado: no es estúpido, no es un fracasado, ni es inútil. Y quiere ser un hombre diferente ahora en la prisión y cuando salga.

Ahora celebramos el Bautismo del Señor, y acabamos de escuchar en el Evangelio que en el momento que Jesús fue bautizado por Juan el Bautista en el río Jordán, Dios Padre proclamó desde el cielo: “Tú eres mi Hijo, el predilecto; en ti me complazco”. Con esta sencilla declaración, Dios Padre le dice a Jesús quién es él: es su Hijo amado. Esta es la identidad primordial de Jesús, y esta identidad hace toda la diferencia para Jesús ya que va a comenzar su ministerio público. La comprensión y aceptación de su relación con el Padre, de ser el Hijo predilecto del Padre, se convierte en el fundamento de la vida de Jesús y lo impulsará a lo largo de su vida. Desde este momento, Jesús sabe que, no importa lo que le suceda, sean cuales sean las dificultades que pueda enfrentar, él siempre será el Hijo amado del Padre.

Ahora bien, una de las cosas más maravillosas que creemos como católicos cristianos es que Dios Padre nos dice lo mismo a cada uno de nosotros cuando nos bautizamos. Nos dice en ese momento a cada uno de nosotros: “Tú eres mi hijo amado...mi hija amada para siempre.” Y nada ni nadie puede cambiar eso. No importa lo que nos suceda en nuestras vidas, no importa las dificultades que enfrentemos, no importa el pecado o error que cometamos, no importa lo lejos que nos alejemos de Dios – incluso si lo neguemos totalmente – nunca dejaremos de ser su amado hijo o hija. Nadie puede quitarnos esta identidad; ni siquiera podemos nosotros mismos quitárnosla. Esta identidad nuestra es más profunda y más importante que cualquier otra identidad que podamos tener: más profunda e importante que ser ecuatoriano, salvadoreño, cubano, mexicano o pocho como yo, que ser católico o protestante o musulmán o ateo, que ser conservador o liberal, que ser varón o hembra, que ser gay o heterosexual o transgénico, ¡o lo que sea! ¡Tú eres la hija amada o el hijo amado de Dios para siempre, punto!

Todo lo anterior nos lleva a enfrentar dos desafíos a lo largo de nuestra vida. El primer desafío es simplemente darnos cuenta y aceptar esta identidad de ser hijos amados de Dios. Suena fácil, pero a veces es difícil. Por ejemplo, cuando, como Cristián, el prisionero de que les hablé, 
nos sentimos rechazo de parte de nuestros padres o familiares o amigos o de quien sea, nos cuesta recordarnos que somos el hijo amado o la hija amada de Dios. También cuando fracasamos o fallamos o cuando pasa algo difícil o cuando experimentamos una perdida significante en nuestra vida muchas veces nos preguntamos, “¿y ahora quién soy yo”? 

El mismo Jesús gritó de la cruz: “Mi Dios, mi Dios, ¿por qué me has abandonado”? Si Jesús sintió así en ese momento, también nosotros a veces en la vida vamos a sentirnos abandonados por nuestro Padre y vamos a olvidarnos por un tiempo nuestra identidad como su hijo amado. Pero la realidad es que Dios nunca nos abandonará, nunca dejará de amarnos. En esos momentos difíciles tenemos que luchar por acordarnos que somos su hijo amado, su hija amada.

El segundo reto que nos toca enfrentar en nuestra vida es vivir la realidad y las consecuencias de nuestra identidad, o sea, vivir cada día como un hijo amado o una hija amada de Dios. Esa identidad implica nuestra dignidad, pero también implica nuestro deber y responsabilidad de vivir con amor, compasión, nobleza, honestidad, generosidad, pureza, tranquilidad, etc. El problema es que van a ver momentos en los que sentiremos la tentación de pensar o actuar con bajeza y traicionar nuestra identidad verdadera por someternos a la ira/odio/rencor, a la falsedad, a la mezquindad, a la lujuria, a la gula, a la ansiedad, etc. En esos momentos de tentación, otra vez, tenemos que luchar por acordarnos que somos el hijo amado, la hija amada de nuestro Padre.

En fin, hermanos y hermanas, Dios nos da el gran privilegio y la gran responsabilidad de ser sus hijos amados. Así que, les ruego a los padres de familia que aseguren que sus hijos se sientan afirmados en su identidad: que son buenos, únicos, amados y perdonados. Y les ruego a todos nosotros que nos acordemos de y vivamos cada día nuestra identidad más profunda, verdadera e importante: ¡somos y siempre seremos los hijos amados de Dios! ¿Amén? ¡Amén!