St. Dominic Catholic Church

Homilies

23 de septiembre - Domingo XXV de Tiempo Ordinario

La primavera pasada volé a Roma y me quedé con una comunidad de dominicanos italianos.

Caminé por toda Roma, admirando las hermosas y antiguas basílicas, iglesias y edificios públicos.

Muchos tenían inscripciones masivas talladas en la piedra, mencionando al Papa que comisionó, dedicó o pagó el edificio.

Me recordó a una historia sobre Santo Domingo, pero para contar esa historia, tengo que recordarles un episodio en el tercer capítulo de los Hechos de los Apóstoles.

Allí escuchamos que San Pedro y San Juan ingresaron al templo en Jerusalén para adorar.

Un hombre lisiado de nacimiento ruega en la puerta y pide limosna a Pedro y Juan.

Pedro le dice: "No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy: en el nombre de Jesucristo el Nazareno, levántate y camina".

Pedro lo toma de la mano y lo levanta sobre los tobillos y los pies de repente sanados.

Santo Domingo fue a Roma en 1215 para pedirle al Papa Inocencio tercero que confirmara el establecimiento de la Orden de Predicadores.

Mientras caminaban por la ya magnífica Roma medieval, Inocencio le comentó a Santo Domingo: "Pedro ya no puede decir: no tengo plata ni oro".

Domingo se volvió y miró directamente al Papa, y dijo: "No, y tampoco puede decir: 'Levántate y camina'".

 

Los discípulos alrededor de Jesús estaban convencidos de que Dios trabajó poderosamente a través de su maestro.

Fueron testigos de grandes multitudes siguiéndolo a Él, y a ellos.

Se deleitaron con la popularidad reflejada, y la disfrutaron.

No es sorprendente que cada uno comenzó a pensar en su propia grandeza.

Santo Tomás de Aquino dijo que los seres humanos estamos esclavizados por nuestros deseos de riqueza, poder, placer y honor.

Jesús sabía que cada líder en su iglesia sería tentado por aquellos, por lo que le dice a sus discípulos con bastante fuerza que el líder cristiano debe ser un servidor, el último y el menos importante.

Cuando los sacerdotes y los obispos se olvidan de esto, rápidamente surge una cultura diferente: el clericalismo.

El clericalismo es un sentido de derecho, superioridad y exclusión.

Rápidamente lleva al abuso de poder, como el abuso sexual de nuestros jóvenes y el encubrimiento de esos crímenes para evitar el escándalo.

No, no para evitar el escándalo, tanto como para evitar la pérdida de riqueza, honor, poder y el placer que traen esas cosas.

 

Santiago dice que donde hay envidias, ahí hay desorden y toda clase de obras malas.

Nuestra situación actual lamentablemente lo prueba.

 

Cuando leí el informe del Gran Jurado de Pensilvania sobre los abusos en ese estado, uno de los temas de las víctimas que vi muchas veces fue: "Pensaba que el sacerdote era como Dios".

La teología sacramental católica dice que el sacerdote ordenado actúa en persona Christicuando celebra la Misa y los demás sacramentos.

Esto significa que el poder del Espíritu Santo actúa a través de la humanidad del sacerdote para consagrar el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, o para perdonar los pecados, o para sanar a los enfermos.

El Catecismo de la Iglesia (1550) dice: "Esta presencia de Cristo en el ministro no debe ser entendida como si éste estuviese exento de todas las flaquezas humanas, del afán de poder, de errores, es decir, del pecado.  No todos los actos del ministro son garantizados de la misma manera por la fuerza del Espíritu Santo.

Mientras que en los sacramentos esta garantía es dada de modo que ni siquiera el pecado del ministro puede impedir el fruto de la gracia, existen muchos otros actos en que la condición humana del ministro deja huellas que no son siempre el signo de la fidelidad al evangelio y que pueden dañar, por consiguiente,  la fecundidad apostólica de la Iglesia."

En otras palabras, mis pecados no impiden que el Espíritu Santo actúe para el bien spiritual de ustedes.

Sin embargo, si soy un patán o un escándalo andante, la capacidad de ustedes para recibir lo que Dios está ofreciendo ciertamente puede verse disminuida.

¡Así que me uno a ustedes en el Confiteor y pido perdón por mis pecados al comienzo de la misa porque lo necesito!

Me lavo las manos antes de la oración eucarística y rezo en voz baja: "Señor, lava mi delito y limpia mis pecados" porque ¡necesito hacerlo!

Entiendo que para algunos católicos, mostrar respeto a los sacerdotes es una manera de reconocer que actuamos en la persona de Cristoen los sacramentos.

Pero es espiritualmente peligroso para nosotros, los sacerdotes.

También ustedes deben desafiarnosa la santidad y la humildad.

Lo que es aún más peligroso que recibir tu respeto es la tentación que yoenfrento a diario: la tentación de no desafiarte a la santidad.

Es una tentación de ser popular, de evitar confrontar los pecados como la cohabitación antes del matrimonio o los medios artificiales de anticoncepción.

Es tentador de no confrontar la avaricia, el materialismo y la soberbia; para permanecer en silencio cuando estás ausente de la misa y la confesión.

Pero como un siervo en el modelo de Cristo, en primer lugar debo servir de ustedes necesidades espirituales, que comienzan con el arrepentimiento.

Esta es la necesidad básica que todos tenemos para llegar a ser discípulos de Jesús.

 

Después de desafiar la soberbia de sus discípulos, Jesús colocó un niño en medio de ellos y les dijo: "El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe".

¿A quién representó ese niño?

Pienso que represente a la persona descrita en la carta de Santiago: la que es pura, pacífica, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenos frutos, y sincera.

Debe ser recibido como Cristo porque se ha vuelto como él.

Así que, como sacerdote, la carta de Santiago me desafía particularmente.

Porque si voy a ofrecer una corrección fraterna como pastor, es más fácil para ustedes recibirla si lo hago como alguien que ha luchado con mis propios celos y mi ambición egoísta.

Por su parte, traten de recordar que recibir una corrección fraterna honesta es tambiénrecibir a Cristo.

 

Y nuestra conversión es vital.

 

Solo cuando somos pobres, desapegados, impotentes y libres de ambiciones, podemos recibir a Jesús.

Solo entonces el Espíritu Santo puede llenarnos.

Solo entonces el Espíritu Santo puede revivificar la iglesia.

Y es en ese Espíritu que podemos volvernos a un mundo lisiado, lleno de los enfermos, los sufrientes, los pobres, los adictos, y los pecadores y decir: "en el nombre de Jesucristo, Nazareno, levántate y anda".