St. Dominic Catholic Church

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Homilies


Desgarrado para Poder Ver 2022-3-27 P. Roberto

 

 

Homilía para el 4° Domingo de Cuaresma – Año A
Padre Roberto Corral OP
Iglesia de Santo Domingo, Los Ángeles, CA
27 de marzo de 2022

Título: Desgarrado para Poder Ver
Tema: Dios tiene que desgarrar nuestros corazones para ayudarnos a ver.
Lecturas: 1 Samuel 16, 1b, 6-7, 10-13a; Efesios 5, 8-14; Juan 9, 1-41

Hace muchos años, vivía yo en una comunidad dominicana en otra parroquia. Uno de los dominicos con los que vivía era un sacerdote mayor; y este tipo me caía gordísimo. En mi opinión, era un anciano egoísta y amargado. En repetidas ocasiones hablaba de algunos malos tratos que había sufrido por parte de sus superiores dominicos cincuenta años antes, y todavía no podía perdonarlos ni superarlo. Los culpó por cómo había resultado su vida y cuán decepcionado se había vuelto. Este sacerdote realmente me sacaba de quicio. Unas pocas veces durante los cuatro años que vivimos juntos, lo confronté sobre las cosas que hizo que me molestaban, pero no ayudó mucho. 

Entonces, eventualmente, me encontré buscando formas de criticarlo y juzgarlo – no en voz alta, sino en mis pensamientos. Llegó un punto en el que, a mis ojos, todo de él me molestaba: su forma de caminar, su forma de hablar, la ropa en que vestía, cómo comía, etc. Recuerdo muy claramente que, a veces, él contaba un chiste durante la cena, y, aunque era bastante chistoso, a propósito, yo no me permitía reírme, solo para negarle cualquier tipo de afirmación o placer de mi parte. Sentí que este sacerdote mayor había permitido que su desilusión, ira y amargura formaran una costra dura alrededor de su corazón a lo largo de los años y, como resultado, se volvió ciego a la bondad de la vida, a la bondad de ser sacerdote, a la bondad de otros dominicos y, finalmente, se volvió ciego a la bondad de Dios. 

Pero, lo que yo no pude ver fue que yo también estaba permitiendo que se formara una costra dura alrededor de mi corazón hacia él y, por lo tanto, hacia Dios. Yo también me estaba quedando ciego porque me negaba a ver algo bueno que pudiera haber en él, me negaba a ver que de alguna manera Dios estaba en él. En esos cuatro años que vivimos juntos, yo fui culpable de ser ciego tanto como él.

Las poderosas lecturas de hoy me hablan de esa relación y de toda mi vida; y espero que les hablen a ustedes también. En la primera lectura, Dios le dice al profeta Samuel que no mire solo las apariencias superficiales, sino que trate de ver a los demás como Dios los ve. Pablo les recuerda a los Efesios en nuestra segunda lectura que están llamados a ser hijos de la luz, no de las tinieblas. Y el Evangelio me muestra a mí y a todos nosotros que necesitamos que Jesús sane nuestra ceguera como sanó al ciego de nacimiento; de lo contrario, permaneceremos ciegos y en tinieblas como los fariseos.

La verdad es que cada uno de nosotros aquí puede estar ciego a veces, ya sea porque fallamos o nos negamos a ver nuestras propias fallas y fallas, o porque fallamos o nos negamos a ver la bondad en los demás; fallamos o nos negamos a ver a Dios en los demás. Todos tenemos algo de oscuridad dentro de nosotros y, hasta que reconozcamos eso, hasta que veamos eso, permaneceremos ciegos como los fariseos en el Evangelio de hoy. Por eso, hermanos míos, todos debemos dejar que Jesús rompa esa costra dura que a veces tenemos alrededor del corazón; de hecho, debemos permitir que Jesús desgarre nuestros corazones, como nos recuerda nuestro lema de Cuaresma: “desgarra nuestros corazones…sana nuestros corazones”. Solo Jesús puede desgarrar nuestros corazones para que podamos reconocer nuestra ceguera, llorar por ella, confesarla y luego dejar que Jesús sane esa ceguera y sane y cambie nuestros corazones.

Otra forma de entender esto es imaginar que llevas puesto tú ropa muy sucia. Ahora, si te quedaras en una habitación muy oscura, no podrías ver toda la suciedad y las manchas en tu ropa. Pero tan pronto como salgas de esa oscuridad y entres en la luz, podrás ver claramente todas las manchas que hay allí. De la misma manera, cuanto más nos acerquemos a Jesús, que es la luz verdadera, mejor podremos ver esas partes de nuestro corazón que tenemos que limpiar, y mejor podremos ver.

Esta Cuaresma es una gran oportunidad para entrar en la luz de Jesús, para ver lo que realmente está ahí, en nosotros mismos y en los demás. Entonces, ¿cuáles son las cosas que nublan tu visión, que te impiden ver con claridad, que te ciegan? ¿Qué miedo, prejuicio, ira, amargura, dolor pasado o negación a perdonar tienes tú que entregar a Jesús para que él pueda penetrar la costra alrededor de tu corazón, para que pueda desgarrar tu corazón y sanarlo y cambiarlo? Sea lo que sea, pídele a Jesús que te lo quite; ¡suéltalo! y dáselo a él.

Como dije al comienzo de la Misa, hoy, el Cuarto Domingo de Cuaresma, se llama “Domingo Laetare”, que significa “Domingo de alegría”. Nos regocijamos hoy porque nos acercamos a la Semana Santa y la Pascua cuando recordamos todo lo que Jesús hizo por nosotros, y nos regocijamos en la resurrección de Jesús de entre los muertos y en nuestra propia resurrección a la vida eterna. Pero hoy también, hermanos y hermanas, alegrémonos porque tenemos un Dios que nos ama tanto que quiere desgarrar nuestro corazón; él quiere quitar cualquier dureza u oscuridad o ceguera que tengamos en nuestro corazón, para que él nos llene de su luz y de su amor sanador. Entonces, hoy, digamos a nuestro Dios con gran regocijo y fe profunda: “Señor Jesús, ¡desgarra nuestros corazones…sana nuestros corazones…para que podamos ver!”