St. Dominic Catholic Church

2002 Merton Ave | Los Angeles, CA 90041 | (323) 254-2519

Homilies


Sanadores Heridos 2022-9-4 P. Roberto

Homilía para el Domingo 23 del Tiempo Ordinario – Año C
Padre Roberto Corral OP
Iglesia de Santo Domingo, Los Ángeles, CA
4 de septiembre de 2022

Título: Sanadores Heridos
Tema: Jesús nos invita a ser sanadores heridos como él.
Lecturas: Sabiduría 9, 13-18b; Filemón 9-10, 12-17; Lucas 14, 25-33

Un hombre llamado Elie Wiesel nació en una familia judía en Rumania en 1928. Cuando tenía 15 años, en 1943, él y su familia fueron enviados al campo de concentración nazi de Auschwitz.
Elie sobrevivió, pero los nazis mataron a sus padres y a su hermana. Después de la guerra, Elie se convirtió en un conocido escritor y orador en nombre de quienes sufren violencia, represión y racismo en todo el mundo, lo que lo llevó a ganar el Premio Nobel de la Paz en 1986. Años más tarde, se le preguntó a Elie en una entrevista cómo podía él seguir aferrándose a su fe judía y creer en Dios después de experimentar un mal tan grande como el Holocausto. Esta fue su respuesta:
“Mi vida no es sin fe, pero mi fe es una fe herida. No me divorcié de Dios, pero estoy peleando y discutiendo y cuestionando; mi fe es una fe herida.” “Mi fe es una fe herida”: ¿no es ésa una forma poderosa y realista de describir cómo podemos sentirnos en momentos de nuestras vidas cuando estamos luchando? Podemos seguir teniendo fe, pero es una fe herida.

Eso ciertamente me describe a mí y a mi fe cuando llegué aquí a Sto. Domingo en marzo de 2019.
Creo que mencioné en una o más de mis homilías en ese entonces que había pasado por un momento difícil en mi vida y en mi sacerdocio el año anterior porque los dominicos decidimos retirarnos de la parroquia en el norte de California en la que yo había sido párroco durante 10 años. Los dominicos habíamos fundado esa parroquia y habíamos servido allí durante 154 años,
y luego, por diversas razones, tuvimos que irnos, y entregamos la parroquia a la diócesis. Yo no estaba de acuerdo con esa decisión. Además de eso, había experimentado la pérdida de tres personas importantes en mi vida más o menos al mismo tiempo. Entonces, por todo eso, estaba yo devastado; mi corazón estaba herido…y también mi fe. Todavía creía en Dios, en la Iglesia, en los dominicos y en mi sacerdocio, pero mi fe en todos esos niveles era una fe herida.

Cuando llegué aquí a Sto. Domingo en 2019, estaba comenzando a recuperarme lentamente, pero aún tenía un largo camino por recorrer. Sin embargo, ahora, mientras me preparo para salir de Sto. Domingo, estoy feliz de decir que, durante mis 3 años y medio aquí en esta parroquia,
todos ustedes verdaderamente han ayudado a sanar mi corazón herido y mi fe herida. Su calidez, sus sonrisas, abrazos, apretones de mano, su fe, sus oraciones, sus palabras de aliento, su generosidad y servicio, su deliciosa comida y las muchas, muchas tarjetas y regalos, el amor y el cuidado que me ha brindado a mí y a todos los dominicos aquí han sido asombrosos y curativos para mí.

Pero quizás lo más grande que han hecho por mí en estos años, es ayudarme a comprender y vivir el Evangelio de hoy de una manera mucho más profunda. Quiero que miren esta portada del boletín de hoy. Para aquellos de ustedes en la parte de atrás de la iglesia, es una imagen de un corazón herido que ha sido cosido de nuevo. Para mí, esa es una imagen de mi corazón y mi fe en este momento. Están heridos como este corazón, pero se mantienen enteros. Como Elie Wiesel, el hombre a quien mencioné antes, Todavía estoy discutiendo y cuestionando a Dios acerca de las muchas cosas que han sucedido en mi vida estos últimos años que aun no entiendo. Pero, aunque mi corazón y mi fe todavía llevan estas heridas, esta comunidad de St. Domingo, me ha ayudado a remendarlos nuevamente. 

Me han ayudado a comprender y a aceptar que mi corazón herido y mi fe herida son parte de mi camino. Son parte de mi decir que sí a Jesús y a lo que dice en el Evangelio de hoy: 
“El que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.” Durante estos 3 años y medio me han ayudado a comprender que mi cruz como dominico, como sacerdote y simplemente como católico seguidor de Jesús es estar dispuesto a ser herido por amor. Eso significa que mi cruz es para permitir que mis heridas abran mi corazón y lo estiren para que yo pueda volverme más compasivo y más consciente de mi necesidad de Dios, para que mi amor y mi fe puedan volverse más auténticos y más como el amor y la fe de Jesús. No quiere decir que me tenga que gustar o que incluso vaya a entender por qué ha sucedido, sino que simplemente tengo que llevarlo como mi cruz para seguir a Jesús. 

Bueno, adivinen lo que voy a decir a continuación. Jesús nos está diciendo eso a todos nosotros en el Evangelio de hoy, no solo a mí: “El que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.” En otras palabras, si tú quieres ser discípulo de Jesús, tú también debes estar dispuesto a ser herido por amor, porque solo así crecerá tu amor y tu fe. Cada uno de nosotros aquí que ha amado verdaderamente a otro ser humano ha sido herido una y otra vez por ese amor, ¿no es así? Y tu fe en esa persona o en esas personas que has amado también ha sido herida junto con tu corazón, ¿no es así? Y eso es porque ese es el precio que tenemos que pagar para amar. También se debe a que aquellas personas a las que hemos amado son imperfectas como nosotros, y, por eso, a veces nos decepcionan y nos lastiman.

Ahora, cada uno de nosotros aquí que ha amado verdaderamente a Dios también ha sido herido una y otra vez por ese amor, ¿no es así? Y cuando nuestro corazón está herido, nuestra fe en Dios también está herida. Pero la cosa es que Dios no nos hiere porque él sea imperfecto como nosotros los humanos; no, Dios es absolutamente perfecto; y, aparte, Dios es el amor mismo.
Por lo tanto, Dios ha permitido perfecta, deliberada y amorosamente que tú y yo y nuestros corazones y nuestra fe sean heridos una y otra vez a lo largo de nuestras vidas, ¿por qué? 
Porque ese es el único camino hacia el amor divino y hacia la fe auténtica. Y esa es la única forma en que tú y yo podemos convertirnos en lo que Jesús es para nosotros: un sanador herido.

La cosa es que Jesús fue herido en todas las formas en que tú y yo podemos estarlo; y, además de eso, fue herido infinitamente por su pasión y muerte en la cruz precisamente porque amaba al Padre y porque nos amaba a nosotros con todo su corazón. Él experimentó la profundidad del sufrimiento y la miseria humanos; su cuerpo, su corazón e incluso su fe en el Padre se rompieron por completo cuando clamó desde la cruz, “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
Y, en esa cruz, Jesús llevó no solo sus propias heridas, no solo nuestros pecados, sino que también cargó con todas nuestras heridas. Por lo tanto, él se convirtió en nuestro sanador herido y nos trajo la curación divina que solo él podía dar. Pero aún más que eso, por su sufrimiento, muerte y resurrección, y por el Espíritu Santo, Jesús nos ha dado la capacidad de convertirnos nosotros mismos en sanadores heridos, la capacidad de compartir su curación divina con otros.

Mis hermanos y hermanas, el verdadero amor siempre nos herirá; pero el verdadero amor eventualmente también nos sanará. Y ampliará nuestros corazones, nos hará más compasivos, más conscientes de nuestra necesidad de Dios y hará que nuestro amor y fe imperfectos sean más auténticos y más como el amor y la fe de Jesús. En el Evangelio de hoy, Jesús nos invita a ti y a mí a llevar nuestra propia cruz y convertirnos en sus discípulos. Jesús no nos pide que hagamos nada que él mismo no haya hecho; al contrario, por sus llagas somos sanados, y por sus llagas podemos sanar a otros. Jesús es el Sanador Herido que nos invita a amar como él ama. Él nos dice a cada uno de nosotros: “¿Me seguirás y te permitirás ser herido por amor y convertirte en un sanador herido para otros?

Nuevamente, les agradezco por ser sanadores heridos para mí en mi tiempo aquí en Sto. Domingo. Gracias por ayudarme a aceptar y crecer a través de mi corazón herido y mi fe herida. Gracias por ayudarme a convertirme en un sanador herido y en un mejor sacerdote para los demás.